IV Simposio de Arte Rupestre
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								  En la  primera parte de este trabajo, trataremos de estimar el ritmo de creación de  sitios de arte rupestre en un área de la cuenca del río Limay comprendida entre  el lago Nahuel Huapi y el arroyo Sañicó (donde se encuentra la ciudad de Piedra  del Águila) (Fig. 1). Incluye toda la cuenca superior y parte de la cuenca media,  una superficie de unos 37.000 km².
      Para hacer  estimaciones firmes necesitaríamos un inventario exhaustivo de sitios (y de sus  motivos), certidumbres cronológicas y clasificaciones estilísticas precisas.  Veamos los hechos:

Fig. 1. Mapa de la cuenca alta y de parte de la cuenca media del río Limay, con indicación de las áreas de investigación mencionadas en este trabajo
  Quisiéramos  estimar la frecuencia de plasmación de signos  o de sitios de arte rupestre. ¿Con qué unidades de medida? Para los tiempos, la  unidad será el milenio, en correspondencia con la imprecisión de las  cronologías. Ahora bien, ¿contaremos signos por milenio o sitios por milenio?  Necesariamente, lo segundo, porque (tal vez en consideración al lector) las  publicaciones generalmente no incluyen inventarios completos de motivos. 
      Pero son  varios los sitios que han sido ornados con motivos rupestres asignables a  distintos estilos. Como hay buenas razones para considerar que esas diferencias  estilísticas son también temporales, computaremos cada sitio tantas veces  cuantos estilos incluya (ver Apéndice).
Clases de signos  rupestres y sus respectivas cronologías
      A los solos  efectos de esta comunicación, resultó conveniente utilizar una clasificación  muy simple que atiende a posición topográfica, signos, estilos y modalidades de  los motivos rupestres:
“...los perniciosos signos...”- Ilíada, VI:168
  Las estrías  en el piso de roca de las cuevas Epullán Grande y Casa de Piedra del Ortega  son, respectivamente, anteriores a 9970 ± 100 y a 2840 ± 80 (Crivelli Montero y  Fernández 1996; Crivelli Montero y Fernández 2000; asimismo, ver el Apéndice).  Boschín (2001:74) refiere incisiones similares en Cueva y Paredón Loncomán,  anteriores al tercer milenio AP, que creemos aún inéditas. 
      La sola  contemplación de las incisiones basales de Epullán Grande bastó para saber que  el mundo hubiera preferido otra cosa. Ya hubimos de responder a errores de  hecho y de metodología (Crivelli Montero y Fernández 2000); después, Boschín  (2001:74) transcribió erróneamente una frase que, entrecomillada, nos atribuye.
      La  simplicidad de los trazos y las diferencias que guardan entre sí los de los dos  primeros sitios mencionados hacen opinable la creación de un estilo peculiar  para estas manifestaciones tan impopulares; por eso, simplemente las incluimos  en una clase de signos caracterizados por topografía (roca basal de cuevas),  tecnología (grabado) y morfología (trazos rectilíneos o levemente curvos). En  cambio, no cabe desvincularlas sobre bases exclusivamente cronológicas, porque  las dataciones referidas corresponden a los sellos sedimentarios y son terminus  ante quem, es decir, edades mínimas. Esta circunstancia hace incierto el  lapso durante el cual se plasmaron sitios de incisiones en la roca de base.  Utilizaremos la estimación de 7 milenios.
“... era sitio donde convergían varias rastrilladas ... “ González 1967:38
  Fue definido  por Menghin (1957:66-69); en la sistematización de Gradin (1988:59-60), es la  tendencia Representativa-esquemática (II.b). Localmente, los motivos consisten  en pisadas humanas, de ave (tridígitos), de artiodáctilo, de felino y círculos  con punto o con raya central, cúpulas, alineaciones de puntos, etc. La técnica  más común ha sido el grabado, pero también hay motivos pintados y grabados  sobrepintados.
      Por lo menos  en cuatro sitios del área enfocada pudieron fecharse sedimentos  arqueológicamente fértiles que cubrían grabados de este estilo (Tabla 1): 
Sitio  | 
      Años AP  | 
      Bibliografía  | 
    
Cueva Epullán Grande  | 
      2740 ± 50  | 
      Crivelli Montero et al. 1996:219  | 
    
Casa de Piedra de Ortega  | 
      2710 ± 100  | 
      Crivelli Montero 1988:7  | 
    
Cueva Visconti  | 
      2526 ± 93  | 
      Ceballos y Peronja 1984:109 y116  | 
    
Cueva Epullán Chica  | 
      2200 ± 60  | 
      Crivelli Montero et al. 1996:219  | 
    
Tabla 1. Sitios con motivos de pisadas sellados por sedimentos fechados radiocarbónicamente
  En Cueva  Sarita I, algunos grabados del estilo de pisadas estaban cubiertos por  sedimentos (de cronología no especificada) que contenían materiales asignados  al Patagoniense Acerámico, un componente iniciado en 1980 ±105 AP (Boschín 1996:333 y 2000:45). 
      Como en el  caso anterior, tenemos que tratar con cronologías mínimas (aunque bastante  coincidentes), con lo que, de nuevo, la estimación del lapso de vigencia de  este estilo es necesariamente incierta. Utilizaremos el valor de 2100 años,  dando por supuesto que se inició hacia 2800 AP y que hacia 700 AP estaba  cayendo en desuso. Es posible que haya perdurado algo más: los grabados de  pisadas de Cueva Loncomán fueron puestos en vinculación -al menos  provisionalmente- con un componente patagoniense cerámico (Boschín 1996:333),  en tanto en la Casa de Piedra de Ortega se grabaron algunas pisadas sobre  superficies exfoliadas que tienen aspecto bastante fresco.
“... adornados con moñitos/todos del mismo color.”- Pascual Contursi, Mi noche triste
  A los  fines de esta comunicación, agrupamos en esta categoría los estilos de grecas y  de miniaturas de Menghin (1957:70-77) y coincide, al menos aproximadamente, con  el estilo Lineal complejo (III.b) de Gradin (1988:62-63). Incluye motivos  formados mediante trazos escalonados o almenados, triángulos opuestos por el  vértice, antropomorfos esquemáticos, etc. La técnica más frecuente ha sido la  pintura y el color, el rojo; pero también hay signos grabados y pinturas de  otros colores. Buena parte del repertorio evoca motivos textiles o cesteros y  reaparece en la decoración de quillangos. 
    Las principales orientaciones cronológicas  regionales de que nos valemos son:
   Coincidentemente, Boschín atribuye los diseños rupestres geométricos  complejos del área de Pilcaniyeu a las sociedades patagonienses alfareras  (Boschín 2000:62). 
      Aunque  necesitamos más precisiones cronológicas sobre los inicios de este estilo, lo  consideramos vigente por lo menos desde 700 AP (aunque Rincón Chico 2/87 no  tiene por qué ser el primero de su especie) y perdurando aún en tiempos de  contacto. Le atribuimos una duración de unos 650 años.
Son obviamente posthispánicos (no adoptamos la cronología propuesta al respecto por Pedersen [1979:26-8]). Deben haber coexistido con los finales del estilo de grecas.
Agrupamos aquí los motivos que no caben en las categorías anteriores y los casos en los que el deterioro de los motivos o la insuficiencia de los datos bibliográficos impedían una definición estilística útil para nuestros fines. Suman aproximadamente el 20% de los casos, de manera que reunirlos en una única categoría y por exclusión sólo se justifica por el objetivo de este trabajo, que requiere aproximaciones cronológicas que para estos signos aún no están disponibles.
  Los sitios  tomados en cuenta constan en Albornoz 1996; Albornoz y Cúneo 2000; Amadeo  Artayeta 1950; Boschín 1994, 1997, 2000 y 2001; Bruch 1902 y 1904; Casamiquela  1968; Ceballos 1982; Ceballos y Peronja 1984; Crivelli Montero 1988; Crivelli  Montero et al. 1996; Crivelli Montero y Fernández 2000; Crivelli Montero,  Fernández y Pardiñas 1991; Fernández 2001; Llamazares 1982; Nacuzzi 1991;  Pedersen 1959, 1963 y 1979; Plautz de Freschi, Smekal y Yerio 1975; Sánchez  Albornoz 1958-59; Sanguinetti de Bórmida et al. 2000.; Sanguinetti de Bórmida y  Curzio 1985; Schobinger 1956; Schobinger 1959; Silveira 1992; Silveira y  Fernández 1991; Vignati 1944b, 1944c, 1944d, 1944e; además, se ha utilizado  documentación propia inédita. Se excluyeron cómputos el discutido caso Gingin  (resumen en Findling 1982) y las informaciones periodísticas no ratificadas por  publicaciones científicas.
      En cuanto a  la preservación diferencial de los motivos, anotemos ante todo que la mayor  parte de los soportes son ignimbritas, rocas friables en grado diverso.  Estimamos que el riesgo de alteración/destrucción es máximo en el caso de la  pintura, tanto por el vehículo elegido para materializar los signos como porque  éstos suelen estar más expuestos a los elementos. En compensación, ha sido la  técnica más comúnmente usada en los motivos más tardíos (grecas), lo que  probablemente compense un tanto aquella mayor fragilidad. La tasa de alteración  de los grabados en techo y paredes de sitios bajo roca debe haber sido menor.  En cuanto a los grabados basales, luego de un lapso de alto riesgo por  tránsito, quedaron cubiertos por sedimentos que en alguna medida los  protegieron. Fuera de estas consideraciones muy genéricas, no ha sido posible  controlar efectivamente la incidencia de la preservación diferencial.
  Aceptando  las convenciones estilísticas y cronológicas propuestas más arriba, podemos  tener una idea de la frecuencia de creación de sitios de arte rupestre en el  área. Se recordará que a nuestros presentes fines, un sitio se computa tantas  veces cuantos estilos de arte rupestre contenga. 
      La Tabla 2 y  la Fig. 2 muestran que los sitios del estilo de grecas no sólo son los más  numerosos sino también los que con más frecuencia se han creado por unidad de  tiempo. El ritmo de plasmación de sitios de grecas quintuplica al de sitios de  pisadas. Esta intensificación del arte rupestre hacia tiempos inmediatamente  anteriores al contacto con los europeos sería aún más marcada si se admite la  posibilidad, ya aludida para Casa de Piedra de Ortega y Cueva Loncomán, de una  perduración de la temática de pisadas. No es muy probable que las adiciones y  las rectificaciones estilísticas o cronológicas cambien drásticamente este  panorama. 
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Tabla 2. Total de sitios computados (con exclusión de los asignados a Otros Estilos), perduración estimada de cada estilo y media de sitios por milenio
 
  
Fig. 2. Cantidad de sitios de arte rupestre por estilo o clase (con exclusión de Otros Estilos) y media de sitios por milenio
  Acabamos de  constatar que a lo largo de la época prehispánica se incrementó el ritmo de  creación de sitios de arte rupestre. No se trata de un fenómeno aislado: en  varios aspectos del registro arqueológico regional se nota una tendencia a la  intensificación. Enumeramos sucintamente: se crean nuevos sitios, las  superficies ocupadas son más extensas y se las prepara más cuidadosamente,  crece la densidad de artefactos y de ecofactos por unidad de espacio y de  tiempo y el espectro alimentario se amplía levemente con especies que ocupan  niveles tróficos más bajos y/o que requieren más procesamiento. Interpretamos  que estos indicios expresan, directa o indirectamente, crecimiento demográfico  (Informe 2000). 
      Razonando  desde una perspectiva atomicista o mecanicista, no necesitaríamos ninguna  hipótesis adicional para dar cuenta del creciente número de sitios parietales,  ya que, simplemente, había más gente, esto es, más agentes potenciales de  autoría de signos. Sin embargo, hay cuestiones cualitativas por discutir. Se sabe  que los signos transmiten información, a veces independientemente de la  voluntad de quienes los utilizan. En los casos que tratamos, los códigos se han  perdido y los sentidos precisos resultan inescrutables. Pero damos por supuesta  cierta congruencia entre las conductas de plasmación de signos y el papel  social que éstos cumplían. Veamos en primer lugar si esas conductas variaron a  lo largo del tiempo.
  Cualesquiera  hayan sido las razones por las que se hicieron, las incisiones basales sólo estaban a la vista de unos pocos  circunstantes. Si portaban algún mensaje, los destinatarios o al menos los  testigos difícilmente excederían la unidad social de residencia.
      También los motivos de pisadas están generalmente  confinados a la inmediatez del área ocupada (una cueva o alero, en la mayoría  de los casos documentados). Sin embargo, en varios sitios se extienden a las  superficies próximas, lo que, deliberadamente o no, los hace visibles desde  cierta distancia. Es el caso de la Casa de Piedra de Ortega y posiblemente  también el de la Cueva Loncomán, de la cual Boschín (1996:333) refiere que  paredes, techo y paredón contiguo están cubiertos por grabados de pisadas. Al  menos dos sitios de este mismo estilo se encuentran en paredones no asociados a  espacios habitados: Barda Esteban, en Paso Limay, y El Manantial (Crivelli  Montero, Fernández y Pardiñas 1991, fig. 
6). 
      En cuanto a  las grecas, aunque no faltan dentro  de los sitios cobijados, es común que se desplieguen en soportes muy visibles  -generalmente paredones-, a veces no asociados de manera inmediata con un  asentamiento. Limitándonos a nuestras áreas de investigación, es el caso de El  Monito, la Casa de Piedra de Curapil, Paredón Sur y Rincón Chico 2/87.
      En resumen, notamos en el largo plazo una  tendencia hacia la exteriorización de los signos rupestres, que quedan cada vez  más expuestos a miradas ajenas o distantes. Al parecer, en el transcurso del  tiempo los destinatarios de los signos cambiaron o -lo que es parecido- los  signos cambiaron de función. En un ámbito menos académico, diríamos que el arte  rupestre regional traza una trayectoria temporal desde el intimismo a la  proclama.
  En segundo  lugar, tantearemos los posibles correlatos sociales de las conductas asociadas  a los diferentes estilos o clases de signos. En un extremo de la escala  temporal tenemos los casi recónditos grabados basales, que acabamos de vincular  con el ámbito intragrupal. A su turno, las pisadas quedaron generalmente  confinadas a la órbita del sitio y, por lo tanto, a la del grupo de  cohabitación, aunque en contados casos lo exceden. A estas dos modalidades  (grabados basales y pisadas) les cuadraría una función integradora. La  vinculación del ülüngásüm (y figuras  míticas asimilables, como Elel) a la vez con el arte rupestre y con los ritos  de pubertad femenina hacen por lo menos plausible la hipótesis de que las  cuevas con paredes y techo decorados pueden haber sido un equivalente o  sustituto de la “casa bonita” en la que se encerraba a la joven (ver  Casamiquela 1960, 1987 y 1988, con fuentes). Este rito patagónico de pasaje,  bastante bien documentado, suponía una representación colectiva que estimulaba  la cohesión social, y tanto importaba que no se lo omitía ni aún mediando  peligro inminente (Villarino 1972: 1109). Pero no hay pruebas directas de un  uso tal de las cuevas ni garantías en la proyección de los datos etnográficos  al pasado lejano.
      En cualquier  caso, hay que destacar cuánto cambió el paisaje arqueológico con la aparición  del estilo de pisadas. En la Fig. 3 se utilizan los mismos datos de la Fig. 2,  pero los valores se proyectan en una escala logarítmica, para hacer evidentes  las tasas de variación en las cantidades de sitios por milenio entre cada  modalidad (Neter y Wasserman 1973:135-144). La línea respectiva indica que el  estilo de pisadas marca el mayor incremento relativo. En otras palabras,  después de milenios en los que el paisaje arqueológico regional casi no  mostraba diacríticos fijos y duraderos, con el advenimiento del estilo de  pisadas quedó literalmente sembrado de ellos. Un cambio de estas proporciones  ya no se repetiría. 
      Deberíamos  estudiar mejor qué acontecía en la región hacia 3000/2800 AP, cuando suponemos  se iniciaba el estilo de pisadas. 
 
Fig. 3. Cantidad de sitios de arte rupestre por estilo o clase (con exclusión de Otros Estilos) y media de sitios de cada clase por milenio. Las medias se han proyectado en escala logarítmica (ordenada derecha), de manera que la línea representa la variación relativa.
  En el otro  extremo de la escala temporal encontramos las grecas, cuya posición notoria  sugiere destinatarios intergrupales. Sabemos que la vigencia de este estilo se  corresponde aproximadamente con un panorama -evocado más arriba- de cierta  circunscripción territorial por aumento demográfico, que impedía ignorar a los  vecinos a la hora de tomar decisiones de importancia. Muy evidentes, las grecas  podían comunicar mensajes de pertenencia étnica o grupal y de pretensiones  territoriales. Su proliferación reflejaría la creciente necesidad de  interactuar con otros grupos, informando, advirtiendo y negociando.
    No conocemos ninguna prueba crucial que permita  decidir entre estas hipótesis y muchas otras alternativas. Sólo alegamos cierta  congruencia entre lo que postulan y algunas tendencias observadas en el  registro arqueológico.
Se hacen notar dos tendencias en la cuenca del alto y medio río Limay, ambas vinculadas con el incremento demográfico en el largo plazo: una, cuantificable, es la intensificación en la creación de sitios de arte rupestre; la segunda, conjetural, es el cambio de los destinatarios de los signos rupestres, desde el grupo de residencia hacia otros grupos con los que podrían entablarse relaciones de colaboración pero asimismo de competencia y conflicto.
Buena parte de los datos propios utilizados en este trabajo se obtuvieron en el marco de proyectos de la UBA, del Conicet y de la FONCyT dirigidos por la Dra. Amalia C. Sanguinetti de Bórmida. En varios de ellos colaboró la Lic. Mabel Fernández, quien además preparó la base cartográfica utilizada en la Fig. 1. Esta comunicación se enmarca en el proyecto UBACyT F061, Colonización de Nuevos Espacios en la Margen Neuquina del Río Limay durante la Ocupación Prehistórica Tardía: el Caso de Rincón Chico, desarrollado en el Museo Etnográfico merced a la amabilidad del Dr. José Antonio Pérez. Pudimos tomar parte de este simposio gracias a un subsidio de emergencia de la Fundación Antorchas. También nos beneficiamos del apoyo prestado por la Fundación Instituto de Neurobiología. La Lic. Estela Cúneo atendió nuestras consultas. A todas estas personas e instituciones, nuestro reconocimiento. Soy, naturalmente, el único responsable de estas incursiones heterodoxas y de sus errores y omisiones.
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CIAFIC/Conicet y Departamento de Ciencias Antropológicas, UBA. e-mail: eduardocrivelli@yahoo.com.ar